«Instrumento de palabras de Raymond Roussel» Arte Sonoro – D.José Antonio Sarmiento, Facultad de Bellas Artes de Cuenca 2008.
[…] Cuando se hubo disipado la emoción, el químico Bex apareció empujando una inmensa caja de vidrio colocada sobre una plataforma de caoba provista de cuatro ruedas bajas e iguales.
El esmero con que se había fabricado este vehículo, lujosísimo dentro de su gran sencillez, probaba el valor de la frágil carga a la que se adaptaba con precisión.
Rodaba de manera muelle y perfecta gracias a unos gruesos neumáticos que rodeaban las silenciosas ruedas, cuyos delgados radios parecían recién niquelados.
En la parte posterior, dos barras de cobre de elegante curva dirigidas hacia arriba estaban unidas en su extremidad superior a un manillar cuyo revestimiento de caoba asía. Bex según andaba.
EL conjunto recordaba, en mucho más refinado, a esos sólidos carritos que sirven para transportar baúles y bultos en el andén de las estaciones.
Bex se detuvo en medio de la plaza permitiendo que todos examinasen a sus anchas el aparato.
La caja de vidrio encerraba un inmenso instrumento musical que incluía pabellones de cobre, cuerda, arcos circulares, teclados mecánicos de todo tipo y un buen surtido conjuntos dedicado a la batería.
Un amplio espacio pegado a la caja se reservaba, en la parte delantera de la plataforma, a dos grandes cilindros, uno rojo y otro blanco, que comunicaban ambos a través de un tubo de metal con la atmósfera encerrada tras las paredes transparentes.
Un larguísimo termómetro, cada uno de cuyos grados estaba dividido en décimas, erguía su frágil varilla fuera de la caja, donde sólo se hallaba sumida una delgada cubeta llena de un resplandeciente líquido violáceo. Ninguna montura encerraba este delgado y diáfano tubo situado a unos centímetros del borde que rozaban ambos cilindros.
Mientras todas las miradas escudriñaban la curiosa máquina, Bex proporcionaba con precisión gran cantidad de explicaciones eruditas y claras.
Nos enteramos de que el instrumento iba a funcionar enseguida gracias a un motor eléctrico disimulado en el latera.
Los cilindros, impulsados también por la electricidad, perseguían dos objetivos opuestos -el rojo contenía una fuente de calor infinitamente poderosa mientras que el blanco fabricaba continuamente un frío intenso capaz de licuar cualquier gas.